Qué sucedió en la Cruz

Por Daniel Valles

Amigos y amigas de este espacio y de mi casa editora. El arresto, juicio y muerte de Jesús de Nazareth es uno de los mayores actos de corrupción de la historia. Lo hemos recordado ayer en todas las representaciones, tanto litúrgicas como artísticas. En obras, películas, representaciones, etc.

Hay muchas formas de verlo y más, de interpretarlo. El espiritual que es, no el religioso, que es otro.

Pero es un hecho histórico que la cruz es el elemento de tortura más efectivo y nefasto jamás inventado por el ser humano. ¿Por qué? Por todo lo que sucedía ahí mismo. No tenemos ni la menor idea, pero el proceso era así.

La Cruz

Cuatro soldados sostenían al prisionero. El centurión colocaba el oxidado clavo -de 13 cms de largo- golpeándolo hasta penetrar la madera. El clavo se hundía profundamente dentro del tablón áspero y a golpes, se le orientaba hacia arriba, de manera que no se pudiera zafar. El cuerpo de Jesús estaba tan estirado que sus costillas mismas podían contarse.

Una pequeña protuberancia, similar al cuerno de un rinoceronte y conocida como “sedile” se colocaba en medio de las piernas. Este objeto se ajustaba de tal forma que sostuviera la mayor parte de peso del cuerpo que caía sobre las manos del condenado a muerte. Imagine el dolor espantoso que le causaban los clavos que le tocaban el nervio central de las muñecas y le recorría los brazos, llegaba al cerebro y bajaba a la columna vertebral.

Los clavos que se hacían sentir a través de los nervios, entre los huesos de sus pies, lo obligaban a erguirse, pero luego los músculos entraban en convulsión y empujaban el cuerpo hacia abajo, contra la cruz. El desmayo brindaba un alivio temporal.

El dolor de la espalda, en los brazos, en las manos, los pies y la entrepierna es ensordecedor, tremendo, horrible, pavoroso y sin final. Eso no era suficiente, lo levantaban, entonces el dolor era mayúsculo. Sus coyunturas se soltaron, la redención lo requería. ¿Qué hizo Jesús para merecerlo? Nada.

Tengo sed

Entonces comienza la sed. La sed de Cristo fue una tortura. Su cuerpo estaba expuesto, casi desnudo al calor feroz del mediodía. La pérdida de los fluidos corporales por transpirar y perder sangre, le producían una sed extrema. Sus labios están tostados, la lengua reseca e inflamada. Su garganta está seca.

Lo que antes era saliva, es ahora como lana deshilada. Sus cuerdas vocales producían solo roncos sonidos. Su sangre caliente, la piel hirviente. La mayor necesidad que puede haber en ese preciso momento es una gota de agua fresca, pero el agua se le niega, en vez de agua le dan vinagre. El sedile se ensarta profundamente en los órganos genitales.

¡El verdadero horror apenas empieza! Uno por uno, los músculos de la espalda se unen en nudos, causando múltiples calambres. No hay cómo evitarlos. El dolor se mueve y abarca los hombros y el tórax, avanza también hacia abajo, al abdomen.

Después de dos horas en la cruz, cada músculo del cuerpo está hecho nudos y la agonía llega ya más allá de lo humanamente soportable. En ocasiones los calambres hacían que el cuello quedara rígido y que la cabeza se mantuviera nivelada con el poste. Los hombres gritaban hasta la locura.

El crucificado clamaba por su muerte como su única ambición. Y esto no era todo, las moscas, los insectos, abundaban, también los ladridos de los perros con el olor de la sangre en sus narices.

A medida que las horas avanzan, los minúsculos vasos que alimentan los nervios del cuerpo se verán aplanados y con la falta de circulación se llega a una parálisis, presentándose una nueva agonía, la de la membrana mucosa, la que forra y lubrica parte del cuerpo humano; en el crucificado, al secarse, llega a la consistencia de la grava fina, raspa el tejido tierno del cuerpo.

Permanece como piedras en las cavidades de la nariz. Rompe las capas de tejido de los ojos cada vez que la pupila se mueve o aun cuando se pestañea. En la cruz el sufrimiento no termina, solo cambia la manera de sufrir.

Mateo 27:45-46

Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde, toda la tierra quedó en oscuridad. 46 A esa misma hora, Jesús gritó con fuerza: “Elí, Elí, ¿lemá sabactani?” (es decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”)

Todo fue cargado en Él y el centro del universo fue Él. Todo el pecado del universo estaba en Él. El de los guardias que lo colgaban, el de los sacerdotes, el de Pilato, el de Barrabás, el tuyo y el mío.

No sabemos cómo sufrió o qué sufrió, aunque éramos nosotros, cualquiera, quienes deberíamos estar ahí, no Él. En ese sentido nosotros somos BARRABÁS, ya que Jesús ocupa nuestro lugar.

Jesús es nuestro Salvador, de acuerdo a la doctrina cristiana, quien llevó nuestro pecado y tomó nuestro lugar. Y llega ahí, a través de un juicio lleno de corrupción y odio. Pero que, al mismo tiempo, traerá con la resurrección, el antídoto al problema que lo puso ahí: La gran corrupción imperante en el mundo, la que termina, solo con la Resurrección, la que recordamos todos y celebramos los creyentes.

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